jueves, 29 de octubre de 2009

Mi viejo


Rodeando mi cuerpo se encuentra la soledad, insistidora pero a la vez frágil, modesta y sin querer, insoportable. Es evidente, ella vacila, sin necesidad, suspicaz de lo que pueda ocurrir, sabe que no quiero sobrellevarla.

Rotundo malestar se intercepta en el aire, mi vista se nubla temiéndole a la nostalgia, y mis manos no son otra cosa que reticentes al contacto.
Extrañada, con prematuras lágrimas por una distancia cada insostenible, me revuelco por el polvo triste, me tiño de gris y derrito mi encanto.
Se oxidan mis nefastas palabras, que creí indisolubles, eternas. Pero, se las lleva el viento, livianas, para que solo te recuerde, en silencio.
Y así, me escabullo entre lo efímero, no tengo otra alternativa que me alegre más. Intento socorrer al futuro de verte cada día, abrazarte cada noche y menospreciar los minutos perdidos. ¿Qué más da?

Si llegará el día, si va a nacer el encuentro, para no alejarnos más.
Y en ese mundo, no van a existir calamidades que destrocen mi aliento, que quebranten mi voz. Veo ese mundo, no hay desdicha, no hay molestia. ¿Lo sentís?
Vamos a resistirnos al valle de lágrimas de sangre, vamos a desprender los miedos, aferrados como una garrapata a nuestra piel, y, sin tener que callarnos, perpetuarán las sonrisas más consecuentes.

Te haré feliz, con intención animada de hacerlo. Y finalmente, aceptaré lo difícil que es vivir, pero lo bien que sabe haberte podido querer.

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