en los abismos incontrovertibles
que yacen a los pies de nuestra soledad
y nos vuelvan irreemplazables
y nos vuelvan indestructibles.
Seremos paciencia de los pasos acelerados en una contingente espera, que en verdad no existe.
Seremos fieles, fieles del encanto que fulmina en los instantes sin recelo, ignorando la suspicaz malicia de las sobras.
Seremos, entre tanto, la delicadeza de la luna, candente y alterna, haciendo tacto a los más frágiles besos, que motivan aquel brillo.
Nos distinguiremos entre las miradas ausentes que destellan el vacío por un punto sin retorno.
Nos diluiremos en el más híbrido conjunto de almas desahuciadas que reclaman a viva voz el aliento que se silencia por las noches.
Alzaremos los brazos, el sudor de un trajín de mañana y sentiremos la vibración de la tierra, el compás de las risas, la causalidad de los encuentros.
Y nos rendiremos. Nos rendiremos a ese inmediato goce que depara lo que nos mantuvo vivos.
Si, desperté temblando, luego de escapar horas de la furia de la gente. Realmente una pesadilla.
o la verdad, desvelando la política, renaciendo fantasías. Desarmándose en mi cama, desafiando cualquier mañana, sellando su ideal. Él, quien reparte besos húmedos, quien sueña sobre el mar, sin mojar sus pies. Él, que se filtró en el tiempo, que perforó la noche, que cautivó a aquella niña. Esa niña, que ríe en los caminos, que llora sin consuelo, que disfruta la ciclotimia. Esa niña, amante de la poesía, de lo irreal, de lo soñado. Esa niña, conciente de aquellas historias, cargando el ardiente pasado, burlando un poco a la tristeza. La que mira hacia un lado, es esa niña, enamorada de esa vez, altanera, peligrosa. Aquella niña, la que soporta el sol, desea el mar, se entrega al verano. Esa niña pequeña, sensible, hiperactiva, quisquillosa. Esa niña, que se hunde en la filosofía más dolorosa, en las glorias mundanas, en las risas exageradas. Esa niña, encantada con sus ojos verdes, con sus roces, con ese diciembre. Esa niña, irritada por momentos, con ideas descabelladas, pisando tintes del amado arte. Esa niña, que protesta por lo que no ve, que no entiende las creencias, que odia las iglesias. Observe a la niña que se ve a lo lejos, festejando su alegría, inclinándose ante el reencuentro, besándolo a aquel que llamó apasionado.