miércoles, 25 de noviembre de 2009

Respuesta de un fantasma

Si, desperté temblando, luego de escapar horas de la furia de la gente. Realmente una pesadilla.

En un rapto de tranquilidad, cumplí con mi cotidianidad de regalarme un buen café y comunicarme con los noticieros. Sin sorprenderme, la represión, los estudiantes burgueses, los desequilibrios de izquierda y derecha, y la cruel muerte, se presentaban en la boca de todos los periodistas. Cada palabra bordaba un mundo complejo, de corrupción.

Enterré el principio de mi mañana, y acompañé a mi destino, al Edificio X, exactamente a su quinto piso, esperando hacer entrega de esa gran suma de dinero que habló mi Jefe, minutos después de dar alusión a un sermón de cura, exigiendo no justamente la fe de Dios, sino la inexistencia de mi responsabilidad.

Sin lugar a una siquiera pequeñísima duda, estaba condenado a cumplir con esa infame obligación. Después de todo, últimamente, solo efectuaba el rol de cartero, satisfaciéndome con mil trescientos pesos mensuales, que utilizaba para regalarle todo tipo de vicios a mi vida.

De todos modos, aquí comienza el relato sustancial que trato de explicar…

Deambulando por ese gran edificio, sentí el nomadismo de desconfianza que volaba por los pasillos, pero mediante un suspiro, lavé mi cabeza con aire puro. Observando las pintorescas paredes, decoradas con arte, buscaba la puerta que me conduciría al final de la entrega.

Sin querer asumirlo, una inefable paranoia me envolvía de pies a cabeza. Necesitaba salir de ese agobiante laberinto, que oprimía mis pensamientos. Pero el alivio de terminar con el asunto, me alentaba a seguir.

Me encontraba parado frente a una de las tantas puertas, meditando si anunciar mi llegada o sorprender al afortunado que estaría esperándome, cuando antes de impulsar mi mano al picaporte, observando a mi alrededor, quedé pesadamente enterrado en la costa de mi silencio absorto. Aquella imagen…

Me hallé perdido, estupefacto, mirando únicamente a ese espejo. Y me busqué, pero no era yo.
-¿Quién era entonces?
-Un fantasma, quizá.

Luego de quince minutos sin poder realizar absolutamente ni un movimiento, maquillado en espanto, corrí sin detenerme, tanto que mi sombra me perdió de vista.
La desesperación agitaba sus patas y las mías se hundían en cada escalón. Y ya en planta baja, el grito sofocado, de euforia y tormento, desató mi locura.

Escuchaba palabras vacías que me exasperaban, y disfrazado en un falso heroísmo, convertí la sala en una terrible guerra. Imaginaba enemigos con traje fajina, el eco de los pasos de una marcha de soldados, y mis sueños lograron destruir el orden del lugar.

Tanto delirio me trajo recuerdos de la que fue alguna vez mi compañera de vida, cuando se sentaba y relataba los misterios de la felicidad y los pocos segundos que duraba. Ella afirmaba que la risa era un instante que no llegaba a concluirse, solo por los desatinos que presentaba la sociedad, la vida, las calles, que impedían que dure. Ese era un gran dilema, sí que lo era. Pero mi ocasión no presentaba las mejores condiciones como para imaginarlo. Así que, lo olvidé por completo como un relámpago.

Corrida una hora, el placer de sentirme alguien dejó de estimularme. Repentinamente me encontré pateando las ruinas, manteniendo ajenas miradas crudas, y suicidé mi alma en la depresión, tanto que mi compunción fotografió en sepia destrozos inconscientes.
Y ahora estoy aquí, mirándolo a usted, haciendo un gran esfuerzo por explicar que la locura está haciendo de mí su mejor amigo, abocándome a lo prohibido, pero es hora de desintoxicarme. ¿Entiende Señor Juez?

Basta de utopía de voluntad, basta de condenas a esa escuela de delincuentes, por favor, alguien que me borre ese mundo irreal.

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