viernes, 6 de noviembre de 2009

El tiempo, él y aquella niña

Tiempo. El tiempo que se había vuelto noche. Noche eterna, planificada, desviada. Esa noche forastera, que mimetiza personajes del principio y el final. Era un tiempo que se movía al compás de la excitación, mientras las estrellas aparecían sin pudor. Ese tiempo modesto, y más aún, impasible. Era el tiempo del comienzo. Era desconocido. Tan desconocido como aquel, el dueño del encuentro, él. Él, un chico de sonrisas deseadas, de mirada plácida, de gestos para no olvidar. Él, el que habla de comidas, que no pierde discusiones, que se deleita con un tinto. Él, que ama la soledad, vive entre nostalgias, ríe sin compartir. Él, la vio alguna vez, la besó alguna vez, la quebró de emociones. Era él, solitario, bohemio, melancólico, de bajo perfil. Mírenlo, es él, que vivía los suburbios, que camina entre nadie, que libera letras. Aquel, que llamo apasionado, que contemplo sus razgos, que estremece con dulzura. Él, perdido en una sola porción, con un solo plato, un solo vaso. Sin duda es él, buscando la verdad, desvelando la política, renaciendo fantasías. Desarmándose en mi cama, desafiando cualquier mañana, sellando su ideal. Él, quien reparte besos húmedos, quien sueña sobre el mar, sin mojar sus pies. Él, que se filtró en el tiempo, que perforó la noche, que cautivó a aquella niña. Esa niña, que ríe en los caminos, que llora sin consuelo, que disfruta la ciclotimia. Esa niña, amante de la poesía, de lo irreal, de lo soñado. Esa niña, conciente de aquellas historias, cargando el ardiente pasado, burlando un poco a la tristeza. La que mira hacia un lado, es esa niña, enamorada de esa vez, altanera, peligrosa. Aquella niña, la que soporta el sol, desea el mar, se entrega al verano. Esa niña pequeña, sensible, hiperactiva, quisquillosa. Esa niña, que se hunde en la filosofía más dolorosa, en las glorias mundanas, en las risas exageradas. Esa niña, encantada con sus ojos verdes, con sus roces, con ese diciembre. Esa niña, irritada por momentos, con ideas descabelladas, pisando tintes del amado arte. Esa niña, que protesta por lo que no ve, que no entiende las creencias, que odia las iglesias. Observe a la niña que se ve a lo lejos, festejando su alegría, inclinándose ante el reencuentro, besándolo a aquel que llamó apasionado.

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